Quien
avisa no es traidor, llevo tiempo avisándoos pero os habéis confiado. Habéis
pensado que no iba a ser capaz, que jamás llegaría el día. Imagino que es
normal, es como en el cuento de Pedro y el lobo. Os lo he advertido
tantas veces que os habéis acostumbrado a la cantinela, como esa musiquilla que
se integra en nuestro oído y ya no nos produce ningún tipo de emoción.
Pero
está acercándose el día, siento que cada vez está más cerca. Está a punto de
llegar el día en que me despertaré temprano, como cada mañana, medio
somnolienta me acercaré a la cocina. Como cada mañana, abriré la nevera y
sacaré el pan de molde y la leche. Llenaré la cafetera y encenderé la
vitrocerámica. Como cada mañana, iré al lavabo, me lavaré la cara y me pondré
crema hidratante. Como cada mañana esperaré a oler el aroma del café recién
hecho para acabar de creerme que es cierto, que ha empezado un nuevo día.
Como
cada mañana me prepararé un café con leche, pondré las tostadas en un plato y
me sentaré a disfrutar del silencio. Como cada mañana iré repasando mentalmente
mi agenda del día.
Pero
dentro de poco llegará esa mañana que me levantaré de la mesa de forma pausada,
relajada. Recorreré el pasillo que separa la cocina del resto de habitaciones. Entraré
en mi dormitorio, sin hacer ruido, de puntillas y sin que se despierte cogeré
en brazos a mi yo superwoman. Sigilosamente la iré doblando, del mismo modo que
doblaba las sábanas mi abuela todos los sábados por la mañana. Cuando esté bien
dobladita, sin pliegues la pondré encima del sofá del comedor, tal y como hacía
mi abuela con las sábanas limpias.
Seguidamente me dirigiré a la habitación
de Lucia y de Paula y siguiendo el mismo orden y como si de un ritual se
tratara cogeré a mi yo supermami, lo doblaré cariñosamente y lo pondré junto el
anterior.
En
silencio y saboreando cada instante iré recorriendo todas y cada una de las
habitaciones y de cada una de ellas iré recogiendo a la superesposa, a la
superamiga, a la supertrabajadorasocial, a la superhija, a la superhermana, a
la supertía, a la supercolega, a la supernuera, a la supercuñada…
En silencio
iré a buscarlas, mientras las voy doblando me iré despidiendo de todas y cada
una de ellas. En silencio les agradeceré la visita, del mismo modo que les explicaré
que ya no quiero seguir compartiendo piso con ellas, ya no me son útiles, ya no
me hacen falta. Les explicaré que quiero volver a ser de carne y hueso, que
quiero volver a ser yo la que controle mi respiración, que quiero volver a
permitirme el lujo de equivocarme.
Quien
avisa no es traidor, se está acercando el día. Lo siento cerca.