Ahora que vuelvo a subir las escaleras de cuatro en cuatro.
Ahora que me he vuelto a calzar mis cuñas. Ahora que empiezo a acostumbrarme a
mi nuevo corte de pelo a lo garçon. Ahora que me deleito cada mañana poniéndome
rímel en mis pestañas. Ahora que puedo cargar con las bolsas de la compra sin
tener que descansar cada diez metros. Ahora que el hormigueo de mis dedos ha
desaparecido por completo. Ahora que el
teléfono ha dejado de sonar insistentemente. Ahora que he dejado de ser popular
y vuelvo a disfrutar de mi tan ansiado anonimato. Ahora que me he dado cuenta
que he de pedir hora urgentemente para depilarme. Ahora que el metal ha dejado
de ser un sabor. Ahora que los dolores musculares son fruto de mis pinitos como
runner. Ahora que empiezo a intuir mi gesto y mi sonrisa. Ahora que mi parte
masculina ha abandonado mi cuerpo y vuelvo a ser capaz de hacer más de dos
cosas a la vez. Ahora que me encuentro cada mañana con mi mirada reflejada en
el espejo. Ahora que vuelvo a poder ir descalza sin miedo a que me bajen las
defensas. Ahora que todo el mundo ha dejado de decirme que tengo que comer. Ahora
que el cáncer no es el culpable de todo. Ahora que vuelvo a disfrutar del
sonido de apretar a fondo el acelerador. Ahora que cambio a quinta sin miedo a
quedarme tirada en la cuneta. Ahora que parece que en la próxima curva
visualizaré la línea de meta. Ahora que me dejo la garganta gritando junto a
Robe Iniesta su “Jesucristo García”
mientras me acompaña a mi sesión diaria de radioterapia. Ahora que el mes de
enero queda tan lejos, justo ahora es cuando soy capaz de intentar poner
palabras a lo que sucedió ese día.
El 4 de enero del 2012 tenía que haber sido un día más,
un día que nos acercaba a la esperadísima cabalgata de sus majestades los reyes
magos, un día que mi chico se había ido a trabajar después de haber disfrutado
de unas estupendas vacaciones familiares en nuestro pequeño paraíso, un día
para saborear junto a mis princesas en plena vorágine navideña, un día que habíamos planeado ir a
merendar chocolate deshecho con melindros, un día que me acercaba a mi pronta
incorporación laboral después de disfrutar de unos meses de permiso maternal,
un día que tenía que ir a recoger unas pruebas al hospital a las que no le
dimos la suficiente importancia ya que decidí enfrentarme a ese momento junto a
mis princesas.
El 4 de enero del
2012 entré, con Lucietis cogida de mi mano y con Pauletis en su carro, en la
consulta de mi ginecólogo. Nos saludamos con un apretón de manos y deseándonos
un feliz año. Me senté, Lucietis se sentó a mi lado, Pauletis se quejaba que
quería salir del carro la cogí en brazos y la senté en mis rodillas. El médico consultó
los resultados de las pruebas que me habían hecho unos días antes y me miró sin
poder articular palabra. Justo en ese momento supe que algo no estaba bien. Justo
en ese momento entendí el significado de la expresión “tierra trágame”.
La mañana del 4 de enero del 2012 no lloré, no grité mi
rabia, no insulté al mundo, tan sólo me levanté de la silla, cogí a Lucietis de
la mano, senté a Pauletis en su carro y acordamos que volvería a primera hora
del día siguiente acompañada de mi chico. Ese día no lloré. No delante de
ellas.
El 4 de enero del 2012 desperté teniendo un chico que me
cogía fuerte de la mano, unas princesas que me pintaban los días de colores,
una familia que me adoraba, un trabajo que me estaba esperando con los brazos
abiertos, unos amigos con los que compartía largas y amenas sobremesas.
Desperté teniendo una vida que me hacía feliz y me fui a dormir teniendo cáncer
de mama.
El día 4 de enero del 2012 fuimos a merendar chocolate
deshecho con melindros, mi chico me cogía fuerte de la mano, mis princesas reían
felices y justo en ese momento me sentí tremendamente afortunada de tenerlos
cerca.
Y hoy cierro con “Jesucristo García” gritando a pleno
pulmón “concreté la fecha de mi muerte con Satán. Le engañé y ahora no hay quien
me pare, ya los pies”. Os dejo con la banda sonora de mis días de radioterapia.