Cuando me enteré de que tenía cáncer construí una
confortable cabaña y allí me fui a vivir. En los meses siguientes y con gran
esmero fui pintando sus paredes con colores suaves y cálidos, paredes en las
que colgué bonitos cuadros y posters de algunas de mis películas favoritas.
Conseguí algunos muebles que estaban muy bien de precio y otros por los que
tuve que pagar grandes sumas de dinero. La llené de fotos llenas de sonrisas y
de velas de colores. La decoré con sumo
cuidado y dedicación. Durante esos meses intenté que mi cabaña estuviera siempre
limpia y ordenada, que cada cosa estuviera en el lugar que le correspondía y
que fuera de fácil acceso. Cuando notaba que me faltaba aire, abría un poquito
las ventanas, lo justo para airear las estancias pero sin dejar que entraran
fuertes vientos. Las habitaciones eran muy luminosas, aunque en alguna ocasión
necesité bajar las persianas para que la luz no me cegara. En las noches de
tormenta encendía la chimenea, me preparaba un reconfortante te verde, me ponía
algún CD de mi música preferida y me sentaba a admirar como se iba consumiendo
lentamente la leña que prendía. He pasado horas y horas admirando esa imagen,
tiene un gran poder reparador sobre mí.
En mi cabaña me sentía a salvo de situaciones que me
pudieran desestabilizar y de aquellas emociones
que no me sentía capaz de gestionar. En mi cabaña lo cotidiano era que la vida
transcurriera sin grandes sobresaltos, que las agujas del reloj fueran
comiéndose las horas y que los días dieran lugar a las noches y así
repetidamente.
A veces cuando vivimos experiencias muy intensas corremos
el riesgo de quedarnos atrapados en ellas. Yo no quiero eso para mí, ni para ti
y mucho menos para ellas. Yo no quiero quedarme atrapada en esa cabaña que tan
bien me ha cobijado durante estos meses pero en la cual ya no tiene sentido
seguir viviendo.
Bebiendo limonada nació fruto de una gran necesidad. La
necesidad de buscar refugio en una noche de tormenta. La necesidad de poder
expresar todo aquello que mi boca no se atrevía a pronunciar. La necesidad de
compartir con el resto del mundo una de las experiencias más intensas de mi
vida. La necesidad de gritar mi enfado. La necesidad de volcar mi rabia. La
necesidad de encontrar respuestas. La necesidad de asimilar todos los cambios
que se estaban produciendo a mi alrededor.
Ahora, en estos meses en los que ha vuelto a salir el
sol, lo que siento es una inmensa necesidad de tomar distancia. Necesidad de alejarme
de todo esto. Necesidad de seguir adelante. Necesidad de empezar a andar hacia
otra dirección. Necesidad de retomar mi vida sin cáncer. Necesidad de empezar a
crear una nueva cotidianidad. Hoy ha llegado el día de dejar mi cabaña.
Y aunque no me manejo demasiado bien en esto de las despedidas
no quería irme sin daros las gracias. Gracias, gracias y mil gracias a todos
los que me habéis acompañado tan bien durante estos meses y habéis hecho posible
que esta experiencia fuera mucho más llevadera, gracias de todo corazón.
Sin más, le doy paso a esa vedette que llevo dentro y me
despido de todos y cada uno de vosotros con un sincero ¡Agradecida y emocionada
solamente puedo decir gracias por venir!