domingo, 15 de julio de 2012

PARA QUERERME MEJOR


Para mí el físico es importante, llamadme superficial, pero es así. Me gusta cuidar mi imagen, controlar mi peso y hasta hace poco no pasaba un mes sin hacerme las mechas. No me malinterpretéis tampoco es que esté obsesionada con el tema pero he de reconocer que en mi vida he dejado de comerme unos cuantos cruasanes de chocolate sólo de pensar en las calorías que me aportarían, me he acostumbrado a pedir ensaladas en lugar de pizza, invierto parte de mi presupuesto en cremas, he estado apuntada en diversos gimnasios, hasta he llegado a practicar deporte con cierta regularidad y me pirra incorporar nuevas adquisiciones a mi vestuario.

Cuidar mi imagen me aporta seguridad, cuando lo que veo en el espejo me gusta mi paso es más firme, estoy de mejor humor y me hace sentir bien.

Cuando te enfrentas a un diagnóstico de cáncer tienes que asumir que va acompañado de un importante deterioro físico. La pérdida del cabello y la hinchazón que acompaña a la cortisona provocan un cambio de imagen notable y evidentemente a peor.

Preocuparse por la pérdida del cabello o por ganar volumen puede parecer una banalidad cuando estamos hablando de una enfermedad que puede llegar a ser mortal, pero es que sinceramente yo nunca he pensado que fuera a morirme. Yo lo que pensé cuando supe que tenía cáncer fue que vaya putada tener que hacer pasar por ese trago a los míos, qué rabia tener que aparcar mi vida durante unos meses, qué fuerte que me esté pasando esto a mí, qué faena tener que quedarme calva... Pero jamás se me pasó por la cabeza que podía morirme. También es verdad que el resultado de todas las pruebas que me he ido haciendo así lo indican y sinceramente eso ayuda bastante.

Hasta donde me alcanza la memoria he estado unida a mi larga y rubia melena, está en todas las fotos que he dejado de mirar y era un símbolo de identidad del que me sentía profundamente orgullosa. Mi melena forma parte de todos mis recuerdos, hemos convivido juntas muchísimos años, yo la cuidaba con cariño y ella me aportaba seguridad. Me gustaba el resultado de vernos a las dos juntas. Nos lo pasábamos genial, en verano me encantaba hacerme moños, rizármelo para ir de boda, planchármelo para los bautizos. La verdad es que daba mucho de sí.

Separarme de mi melena fue una pérdida importante que asumí con resignación y como cualquier separación me llevó un tiempo digerirla. ¿Acepto mi nueva imagen?, pues la verdad aún estoy en ello, porque una cosa es asumir y otra diferente es aceptar. Yo asumí la pérdida porque era una obviedad, estaba calva, pero aceptarla, yo no sé si la he aceptado, en cambio sí que puedo afirmar que yo jamás me hubiera cortado mi melena. ¿Qué entendemos por aceptar? Si aceptar es asumir la realidad como tal y poder seguir adelante con una sonrisa, pues aceptamos pulpo como animal de compañía.

Y en medio de todo este proceso de aceptación un día me di cuenta de que estaba aprendiendo a verme de otro modo. A medida de que mi imagen física se iba deteriorando yo fui aprendiendo a mirarme de una manera diferente. Cuando dejé de mirarme por fuera empecé a observarme por dentro y descubrí un montón de cosas que anteriormente había pasado por alto. Ahora me conozco mejor a mí misma, sé cuáles son mis fortalezas y cuales mis debilidades, identifico qué partes de mí son mejorables del mismo modo que sé reconocer dónde está mi potencial. Ahora sé lo que me gusta y lo que me desagrada, hacia dónde quiero ir y a dónde no quiero llegar jamás. Ahora ya sé lo que quiero ser de mayor.
En estos meses he incorporado nuevas maneras de mirarme: en las manos de mi chico, en las carcajadas de Lucietis, en la sonrisa de Pauletis, en el abrazo de mis colegas y una de mis preferidas, en la mirada de orgullo de mi madre. Lo mejor de todo es que esta nueva manera de gustarme la he instalado en mí y difícilmente me voy a desprender de ella. Me va a acompañar por siempre jamás.

Y si todo este festival ha servido para quererme mejor pues sinceramente ha valido la pena, porque como dice mi chico cuando de vez en cuando me impaciento por dejar de ser estar calva o porque mi pelo tarda en crecer, aparece él como hace siempre y me tiende una mano soltándome otra de sus frases lapidarias “pues a ti te volverá a salir pero a mí ya no” y claro ante tal evidencia no puedo menos que reconocer que como casi siempre, tiene razón. 


Y hoy me he acordado de mis queridos Burning y de sus recuerdos del pelo largo, aquí os dejo un ratito con Pepe Risi, otro de mis referentes



domingo, 8 de julio de 2012

ESTA NO ES MI PRIMERA VEZ


Esta no es mi primera experiencia con el cáncer, hace unos años me tocó vivirlo de un modo distinto, me tocó sentirlo como hija de.

Mi padre murió de cáncer, pero el suyo no era de mama, creo que al final era de pulmón, y digo creo porque su cáncer fue bastante más cabrón que el mío. Parece ser que cuando se lo diagnosticaron estaba bastante extendido y después de muchas idas y venidas, de un sinfín de pruebas y de un montón de días de incertidumbre decidieron que la cosa empezó por el pulmón, aunque podrían haber elegido cualquier otro órgano porque creo recordar que se los manosearon todos.

Con el cáncer de mi padre pasamos un verdadero calvario, fueron un par de años  marcados por largos periodos de no saber por dónde empezar, por un montón de pruebas bastante dolorosas, por un tratamiento que lo dejó prácticamente KO, de ingresos en el hospital día sí y día también, de semanas enteras en los boxes de urgencias esperando que alguna cama de planta quedara libre, de llamadas a altas horas de la noche para informarme que ingresaban al papa, de salir corriendo del trabajo en más de una ocasión. En definitiva, un par de años viviendo con el corazón en un puño y dando saltos cada vez que sonaba el teléfono.

Mi padre eligió vivir su enfermedad desde la ignorancia, escogió la opción de no saber. A día de hoy todavía tengo dudas de si mi padre sabía que se estaba muriendo pero fingía no saberlo o si realmente no lo supo jamás. Yo prefiero pensar que no se enteró de que lo suyo ya no tenía tratamiento posible porque a veces vivir en la ignorancia nos permite ser un poco más felices.

Recuerdo una anécdota que me sigue poniendo los pelos de punta (es un decir, ya me entendéis): un día en casa de mis padres, mi hermana le decía a mi padre que por qué no iba a alguna excursión con mi madre (sí, lo he de reconocer, a mi madre le encantaba ir a esas excursiones que organizan para jubilados donde los recogen escalonadamente, los llevan a algún pueblo de la costa, los sueltan en un buffet libre, les dan una charla y los devuelven a sus casas con un jamón debajo del brazo o con una garrafa de aceite. Mi padre en cambio las detestaba, no iba jamás) y él contestó que quizás cuando pasara el verano. Esta conversación ocurría en el mes de marzo, apenas unos días antes los médicos nos habían comunicado que el tema pintaba mal, pero mal de verdad y le daban más o menos un mes de vida. Mi padre murió en el mes de abril, este abril hizo nueve años.

Cuando vives el cáncer des de la barrera, cuando el que está en la plaza toreando es alguien a quien quieres te asaltan muchas dudas sobre si estarás actuando correctamente, si estarás dándole lo que necesita. Hoy, nueve años después y habiendo vivido la experiencia del cáncer en primera persona, me doy cuenta de que en realidad es muy sencillo, las personas con cáncer o sin cáncer lo que necesitamos a nuestro alrededor son personas que nos hagan la vida más fácil, personas que nos cojan fuerte de la mano cuando las cosas se ponen feas, personas que respeten nuestros momentos de silencio, personas que de vez en cuando nos recuerden lo guapas que estamos, personas que no nos hagan sentir que somos de otro planeta. Porque como dice mi oncólogo cuando empiezo a bombardearlo con toda una retahíla de preguntas sobre lo que puedo o no puedo hacer, él siempre me responde lo mismo, “Yolanda eres una persona normal”. Yo continúo teniendo mis dudas.

Bueno, pues hoy cierro con Extremoduro porque yo también decidí aprender a hacerme la maleta para poder vivir, esa es mi opción.