martes, 20 de noviembre de 2012

EL MUNDO SE VOLVIÓ A PARAR


El otro día se me volvió a parar el mundo. Fui a buscar a Lucia a la salida del cole como cada tarde, mientras merendaba me dijo que le dolía cerca de la oreja. Le miré, le toqué y noté un bulto.

Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, las piernas me flaquearon mientras intentaba convencerme de que no sería nada. Llamé a mi chico para avisarle que nos íbamos a urgencias. Volé hasta el coche, la subí a su asiento y le puse el cinturón de seguridad. Yo me senté en el asiento del conductor y como en esos momentos no me podía ver, me permití el lujo de llorar en silencio, por supuesto. Lloraba mientras cantábamos la canción de la castañera que coge castañas de la montaña y las vende en la plaza de la ciudad. Yo cantaba mientras intentaba controlar mi respiración. Mi mente intentaba convencerme que sería una tontería mientras mi pie apretaba el acelerador.

Llegamos a urgencias, por suerte no había nadie esperando y nos atendieron al instante. Mientras desnudaba a Lucia en el box, me acordé de Lou. Pensé en ella y en su Sol. Pensé en Jose y en el pequeño Guzmán y también pensé en como la vida te puede cambiar en un segundo. Sin tener demasiada práctica también recé, no podía dejar ningún cabo suelto. Estando en el box intentaba con todas mis fuerzas desconectarme, pero era imposible. Mi cabeza iba a una velocidad de vértigo.

Vino el médico, me preguntó el motivo de la visita, le expliqué que le había notado un bulto cerca de la oreja y que me había asustado. Le expliqué que en este año yo había superado un cáncer de mama y que tenía el resorte de alarma demasiado sensible. Me tranquilizó que me dijera que era normal, me gusta que me digan que soy normal porque me ayuda a creérmelo.

Mientras el médico la reconocía me resultaba muy complicado controlar el ritmo de mi respiración. Cuando terminó el reconocimiento me dijo que estuviera tranquila que no era nada grave, que era una pequeña obstrucción de algún conducto por falta de salivación. Fue entonces cuando empecé a respirar con normalidad. 

Pautas a seguir: dalsy si le duele y comer montañas de chicle para ayudar a las glándulas salivales.  Evidentemente Lucia está encantada con este médico, dice que a partir de ahora quiere que la atienda siempre ese médico tan majo que le receta su jarabe preferido y comer chicles.

Yo lo pasé fatal, y aunque soy consciente que desde que le noté el bulto hasta saber que era una inflamación sin importancia pasó no más de cuarenta minutos. Os aseguro que fueron los minutos más angustiosos de mi vida.

Creo que nunca lo he comentado pero el día que me dieron mi diagnóstico de cáncer me acuerdo que pensé que era una putada pero que no era un drama. Un drama hubiera sido que eso le pasara a una de mis hijas, eso sí que hubiera sido un verdadero drama. Ese pensamiento me ha acompañado durante todos estos meses y me ha sido de gran utilidad.

Después del episodio que os acabo de relatar, he llegado a la conclusión que no puedo seguir así, necesito volver al mundo real, dónde el cáncer ya no existe, ya se ha ido y no volverá. El mundo en el que un bulto es una simple inflamación y en el que las ojeras únicamente son causadas por el cansancio típico de los viernes. No quiero que el cáncer se adueñe de mí, no puedo seguir dándole ese protagonismo que tanto le gusta. He de cerrar este capítulo, tengo de seguir.


jueves, 15 de noviembre de 2012

AYER FUI YO, HOY ES ESTHER


La semana pasada conocí a Esther. Esther es nueva, acaba de llegar a esto de tener cáncer. Resulta que tenemos una conocida en común que tuvo la brillante idea de ponernos en contacto. Nos llamamos, quedamos y nos tomamos un café.

Me impactó verla, Esther era yo hace exactamente once meses. Tenía la misma mirada que tuve yo esos primeros días de enero.

Esther está en esos días en los que se te paraliza el mundo y el estómago se te contrae. Esos días en los que el cáncer entra en tu vida dando un estrepitoso portazo que hace tambalear todos tus cimientos. Para mí, sin lugar a duda, esos fueron los momentos más traumáticos de todo este proceso.

Los días siguientes a saber que tienes cáncer se hacen interminables. Entre que tu cabeza no te da ni un segundo de descanso, la constante duda sobre cómo va a ser tu vida a partir de ahora, las innumerables pruebas médicas a las que debes someterte y la insoportable espera de los resultados, hace que esos días estén llenos de angustia.

Yo nunca he sido amante de dar consejos, ni tampoco de seguirlos, es más estoy totalmente convencida que para superar un cáncer no existe ni manual ni libro de instrucciones que indique que pasos debes seguir. En cambio, sí tengo la certeza que poder compartir un café con alguien que ha pasado por esos momentos antes que tú, alguien que te lleva cierta ventaja en esta experiencia, alguien que te ofrezca la posibilidad de ver más allá de lo evidente, alguien que te muestre otra perspectiva a esos días grises, reconforta.

Junto a Esther fui haciendo un recorrido de mis últimos once meses, recordé mis primeros días con cáncer, la operación, las primeras quimios, la caída del cabello, el primer día que salí a la calle con pañuelo, el mes que nos pudimos ir de vacaciones al pueblo, los días de radioterapia… En fin, dimos un paseo por mi año de una forma serena y sosegada, des de la tranquilidad que da el saber que el cáncer ya se fue, que ya no está.

Hablando con ella y reflexionando posteriormente me di cuenta que de todo lo acontecido en este año hubo un momento clave. Ese momento fue cuando me di cuenta de que yo no había decidido tener cáncer pero sí que estaba en mi mano decidir cómo iba a afrontarlo.

En ese momento fue cuando giré el foco, dejé de mirar hacia dentro y empecé a mirar hacia fuera. Cuando decidí transformar mi queja en acción. Cuando me animé a vivir esta experiencia des de lo positivo. Cuando fui consciente que yo iba a formar parte activa de mi recuperación. 

Este cambio de óptica me ha permitido exprimir esta experiencia al máximo, me ha obligado a desempolvar recursos personales que hacía años que no utilizaba, me ha permitido descubrir capacidades que desconocía que tenía, me ha ofrecido la posibilidad de enfrentarme al mundo desde otra perspectiva. En definitiva y como bien acierta a decir la canción “lo que no te mata te hace más fuerte”, pues eso, yo este año me comeré las uvas siendo un pelín más fuerte.

Me gustó conocer a Esther, tomarme un café con ella y acompañarla en estos días, porque estando con ella me di cuenta de que espero no olvidarme jamás que hubo un día en el que yo fui Esther. 




martes, 6 de noviembre de 2012

DESCONECTANDOME


A veces me desconecto, interrumpo de forma consciente la conexión entre mis pensamientos y mis actos, dejo mi mente en blanco y simplemente me muevo. Adquiero una versión robotizada de mi misma. Es un mecanismo de defensa que utilizo en esos periodos de tiempo que comprenden des de que me hacen una prueba hasta que recibo los ansiados resultados.

Y es que yo eso de esperar lo llevo bastante mal, y cuando el resultado que estoy esperando puede modificar por completo cómo me voy a despertar al día siguiente, pues entonces la espera se hace todavía más insoportable. Es para estos casos para los que aprendí a desconectarme.

Desconectándome evito instalarme en bucles que no me benefician y no me aportan nada positivo. Desconectándome intento que el tiempo de espera sea más llevadero y descarto la posibilidad de estar calentándome la cabeza ante la posibilidad de recibir resultados no deseados. Desconectándome ayudo a que los que están a mi alrededor no sufran mis constantes cambios de humor. Desconectándome gestiono mucho mejor mis emociones y mi latente estado de angustia. Desconectándome transformo en soportable lo desesperante. En definitiva, desconectándome es como evito no volverme loca ante una situación que me genera un alto nivel de ansiedad.

Pero el hecho de desconectarme no significa que no cumpla con mis obligaciones y responsabilidades. Es más, si no me conoces lo suficiente incluso no te darías cuenta que estoy desconectada. Estando desconectada puedo tener una conversación con la de la frutería,  poner lavadoras,  tender la ropa, acompañar a mi madre al médico, preparar la comida, sacar a pasear al Yosu, leer, washapear, mirar la televisión, hablar con mi hermana por teléfono, reenviar mensajes chorra para evitar que llegue el fin del mundo, salir de compras, atender y besar a mis princesas, abrazar a mi chico, es decir prácticamente puedo seguir moviéndome en mi cotidianidad. Sólo hay una cosa que no puedo hacer, cuando estoy desconectada soy incapaz de reír.

Una de las primeras veces que me desconecté fue estando embarazada de Lucía, hará unos cinco años. El día que  mi ginecólogo me informó que los resultados del triple screening salían alterados y me aconsejaba que me hiciera la amniocentesis para descartar o confirmar una posible malformación del feto. Yo dejé de respirar un jueves y no volví a hacerlo hasta un sábado por la tarde, durante ese tiempo cerré la puerta a cualquier estímulo externo y me quedé esperando a que pasaran los minutos y llegaran los resultados. No sabéis lo largos que se pueden llegar a hacer los días cuando necesitas respuestas.

Pues el pasado martes, tal y como hice cinco años atrás, me desconecté, cerré compuertas y dejé de respirar. Hoy, después de siete largos días, me reinicio, vuelvo a coger aire, porque hoy por fín puedo afirmar que sí, que el calvario mereció la pena, mientras recuerdo el momento en que mi oncólogo me ha confirmado “Yolanda, tú ya no tienes cáncer”. La analítica del pasado martes así lo demuestra.

Y mientras escribo esta entrada, las niñas duermen en sus camas, mi chico y yo nos abrimos unas cervezas para celebrarlo y yo me doy cuenta de que vuelvo a sonreír.