El otro día se me volvió a parar el mundo. Fui a buscar a
Lucia a la salida del cole como cada tarde, mientras merendaba me dijo que le
dolía cerca de la oreja. Le miré, le toqué y noté un bulto.
Un escalofrío me recorrió la columna vertebral, las
piernas me flaquearon mientras intentaba convencerme de que no sería nada.
Llamé a mi chico para avisarle que nos íbamos a urgencias. Volé hasta el coche,
la subí a su asiento y le puse el cinturón de seguridad. Yo me senté en el
asiento del conductor y como en esos momentos no me podía ver, me permití el
lujo de llorar en silencio, por supuesto. Lloraba mientras cantábamos la
canción de la castañera que coge castañas de la montaña y las vende en la plaza
de la ciudad. Yo cantaba mientras intentaba controlar mi respiración. Mi mente
intentaba convencerme que sería una tontería mientras mi pie apretaba el
acelerador.
Llegamos a urgencias, por suerte no había nadie esperando
y nos atendieron al instante. Mientras desnudaba a Lucia en el box, me acordé
de Lou. Pensé en ella y en su Sol. Pensé en Jose y en el pequeño Guzmán y también
pensé en como la vida te puede cambiar en un segundo. Sin tener demasiada
práctica también recé, no podía dejar ningún cabo suelto. Estando en el box intentaba
con todas mis fuerzas desconectarme, pero era imposible. Mi cabeza iba a una
velocidad de vértigo.
Vino el médico, me preguntó el motivo de la visita, le
expliqué que le había notado un bulto cerca de la oreja y que me había
asustado. Le expliqué que en este año yo había superado un cáncer de mama y que
tenía el resorte de alarma demasiado sensible. Me tranquilizó que me dijera que
era normal, me gusta que me digan que soy normal porque me ayuda a creérmelo.
Mientras el médico la reconocía me resultaba muy
complicado controlar el ritmo de mi respiración. Cuando terminó el
reconocimiento me dijo que estuviera tranquila que no era nada grave, que era
una pequeña obstrucción de algún conducto por falta de salivación. Fue entonces
cuando empecé a respirar con normalidad.
Pautas a seguir: dalsy si le duele y
comer montañas de chicle para ayudar a las glándulas salivales. Evidentemente Lucia está encantada con este
médico, dice que a partir de ahora quiere que la atienda siempre ese médico tan
majo que le receta su jarabe preferido y comer chicles.
Yo lo pasé fatal, y aunque soy consciente que desde que
le noté el bulto hasta saber que era una inflamación sin importancia pasó no
más de cuarenta minutos. Os aseguro que fueron los minutos más angustiosos de
mi vida.
Creo que nunca lo he comentado pero el día que me dieron
mi diagnóstico de cáncer me acuerdo que pensé que era una putada pero que no
era un drama. Un drama hubiera sido que eso le pasara a una de mis hijas, eso
sí que hubiera sido un verdadero drama. Ese pensamiento me ha acompañado
durante todos estos meses y me ha sido de gran utilidad.
Después del episodio que os acabo de relatar, he llegado
a la conclusión que no puedo seguir así, necesito volver al mundo real, dónde
el cáncer ya no existe, ya se ha ido y no volverá. El mundo en el que un bulto
es una simple inflamación y en el que las ojeras únicamente son causadas por el
cansancio típico de los viernes. No quiero que el cáncer se adueñe de mí, no
puedo seguir dándole ese protagonismo que tanto le gusta. He de cerrar este
capítulo, tengo de seguir.